sábado, 25 de diciembre de 2010

Disforia

Un día tienes la necesidad de huir, alejarte de todo, de respirar sin interrupciones de forma constante, de cerrar los ojos y no pensar en nada, de evadirte. Al contrario, cualquier otro día buscas cualquier excusa para poder expresarte mentalmente, una excusa para verte ocupado, pendiente de algo, de alguien o simplemente de alcanzar un pulso elevado y variable de alguna manera.
Supongo que entre esas maneras tan distintas de ser y de sentirse existe un equilibrio, pero estoy seguro que en todos esos días hay algo que siempre está presente a pesar de que en ocasiones no lo creamos, y es la resiliencia.
Para mi, hoy es uno de esos días de evasión, de sufrir disforia, y la verdad es que no encuentro ningún tipo de capacidad para superar adversidades o posiblemente sea que no la aprecio. La verdad, creo que sé qué necesito pero no sé de qué manera, si en forma de ayuda o cualquier tipo de apoyo, en forma de tiempo y espera, o si en forma de amor o de inspiración.
Quizá mañana mi desentendimiento se acabe, pero entonces sabré que la resiliencia ha actuado y significa que ha estado presente.

sábado, 18 de diciembre de 2010

La última canción

«La vida es como una canción», entendió Steve.
Al principio está el misterio, al final está la confirmación, pero es en el medio donde reside toda la emoción, lo que realmente hace que todo el proceso valga la pena.


Otra sorpresa más que ella desconocía; otro secreto revelado. Otra verdad que anunciaba lo inevitable. Se le removió el estómago y sintió unas horribles náuseas.
—Pero ¿no preferirías estar en casa?
—Estaré en casa.
—¿Hasta que no puedas más?
La expresión de Steve era demasiado triste para poderla soportar.
—Hasta que no pueda más.


Estaba seguro de que no quería soltarle la mano; sus dedos parecían encajar a la perfección con los suyos, entrelazados sin ningún esfuerzo, perfectamente complementados.
La miró a los ojos con la certeza de que estaba enamorado. La atrajo hacia sí y la besó bajo el manto de estrellas, y se sintió afortunado por haberla encontrado.


Cuando la miró a los ojos, ella vio al joven del que se había enamorado el verano anterior, al chico del que seguía enamorada.
—Nunca he dejado de quererte, Ronnie. Y nunca he dejado de pensar en ti. Por más que los veranos toquen a su fin.



De una forma gradual, ella pudo ver cómo su mueca de sorpresa se trocaba en una clara expresión de ilusión. Mientras Steve contemplaba el piano expuesto en la salita, supo que había hecho lo correcto. Inclinándose hacia delante, lo besó en la mejilla.
—He acabado tu canción —anunció—. Nuestra última canción. Y quiero tocarla para ti.